lunes, 11 de julio de 2011

Mi Moleskine, DÍA 1

Tal día como hoy hace justo un año nos encontrábamos atravesando Europa en tren, concretamente hoy estábamos disfrutando de los canales (y las magdalenas) de Amsterdam. Y ahora que por fin tengo tiempo para dedicarle al blog, voy a empezar a publicar mi diario de viaje para compartirlo con vosotros, comenzando por el día 7 de Julio, cuando una parte de los componentes del viaje nos subimos al avión que nos llevaría a París para así poder comenzar nuestra aventura.


07/07/2010


Vuelo FR5444

Madrid - París Beauvais

- Salida 16:35

- Llegada aproximada 18:15 (JA.)

Por fin, el calendario marca el día 7 de Julio; me despierto a las 9 de la mañana, algo nerviosa (Muy nerviosa, en realidad) para terminar mi mochila y dirigirme al aeropuerto para encontrarme por fin con Fer, Mario, Pra y Esti. ¡¡Nos vamos de Interrail!!

Primera fotografía, felices sin saber lo que nos esperaba.

En esos momentos, quién me hubiera dicho a mí que iba a ser un día tan aparatoso…

Termino la mochila y me dirijo, como he dicho, al aeropuerto. Cómo odio volar. Pero las ganas de empezar el viaje que tanto habíamos planeado eran más grandes que el pánico de subirme en ese pájaro infernal.

A las 16:00 más o menos y después de encontrar la puerta de embarque, tarea nunca sencilla, estamos ya dentro del autobús-avión de Ryanair; si todo va bien en un par de horas estaremos aterrizando en París… Bueno, en Beauvais, que horas después descubriríamos que se trata de un pueblucho abandonado de la mano de Dios y que huele a granja.

Las 16:35 y parece que el avión no se mueve. Pasan 5 minutos. 10 minutos más. Media hora. Me entretengo molestando a Prado con mi miedo al avión y haciendo fotos a las maniobras en caso de accidente y a la ventanilla.


Vistas maravillosas al aeropuerto de Barajas.

Cartel a más o menos 5 cm de tu cara debido al inexistente espacio entre asientos, by Ryanair.

El piloto nos pide disculpas continuamente, es lo único que llego a entender. “Apologice”, “Be patient”. Los soniditos de aviso (si, esos que suenan para llamar a la azafata) no cesan y cada cinco minutos el piloto nos ruega be patient (Be patient, my friend); la espera empieza a volverse insoportable.

Pasa el tiempo y seguimos parados, dentro del autobús, digo avión. Un nuevo aviso llama nuestra atención: “Estaremos parados entre 10 y 50 minutos”. ¿Disculpa? ¿¿50 minutos?? Ah, no, pero tranquilidad, aunque estoy segura de que tienen una bodega repleta de refrigerios, nos invitan a un vaso de agua, lo que sin duda hace mucho más amena la espera dentro del avión. De hecho l@s azafat@s parecen más preocupados en la cantidad de hielo que ponen en nuestros vasos de agua, que en buscar una solución al problema. Recuerdo que en estos momentos mi miedo a volar comenzó a alcanzar límites insospechados; en la cabina del piloto había 3 o 4 ingenieros que parecían bastante confusos, en la puerta abierta del avión se apoyaba un cura, dos asientos por delante del mío un hombre leía “La biblia según satanás” y encima se nos comunica que no volamos por el fallo o falta de una pieza “sin importancia”.

Resignados, esperamos, esperamos, esperamos… Al final, de nada nos vale esperar y nos bajan del avión, cual ganado, hacia el aeropuerto de nuevo. Como es normal la tensión se palpa en el ambiente y yo me enfado y me preocupo por mi pobre mochila facturada en la bodega del "avión sin pieza sin importancia".

Finalmente, y después de tener que esperar a que alguien nos explicara que iba a pasar con nosotros, y de volver a pasar por todo el control del aeropuerto, la cola en la puerta de embarque, etc, etc, aproximadamente 4 horas y 40 minutos más tarde montamos en otro avión, y por fin despegamos hacia Pagí… Sigo odiando volar.

La escena ya roza el surrealismo cuando el copiloto nos anuncia la victoria de España contra Alemania en el mundial, y la gente grita y aplaude (como es costumbre en el circo que es Ryanair, pero con más ganas) y yo solamente quiero llegar, ya me da igual como.

El vuelo es tranquilo y corto, y al llegar mi mochila no se ha extraviado, así que cansados pero felices por estar por lo menos cerca de París, cogemos un autobús que nos cuesta más que el billete de avión (15 euritos) y tarda casi igual que éste (1h 30 m) para llegar París, donde nos esperan Ana e Iván. Llegamos unas 6 horas más tarde de lo esperado, cogemos un bus atestado de gente hasta nuestro albergue en La Bastille, y muertos de hambre nos comemos un kebab con una sospechosa salsa que me revuelve el estómago los dos días posteriores.

Primera foto en París, siendo observados por los lugareños.


Moraleja del día: Lo barato sale caro.

1 comentario:

  1. si te hubieran dejado echarle el pincho moruno, ese kebaba habria estado mucho mas rico

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